Pocho Álvarez W., cineasta,
Quito, Febrero 2015
Javier, Xavier, un solo sonido, una sola actitud. Rebeldía, y un común ejemplo. No dejarse envilecer por el poder.
envilecer
1. tr. Hacer vil y despreciable a alguien o algo.
2. tr. Hacer que descienda el valor de una moneda, un producto, una acción de bolsa,etc. U. t. c. prnl.
3. prnl. Dicho de una persona: Rebajarse, perder la estimación que tenía.
Diccionario de la Lengua Española. http://lema.rae.es/drae/?val=envilecer
Ramírez Javier de Junín, Intag, Imbabura y Bonilla Xavier de La Floresta, Quito. El primero, campesino, azadón en mano, dibuja labranza y cuidado de su madre, la tierra. El segundo, caricaturista, dueño de un lápiz trazo irreverente, libera la imaginación de la carcajada que diluye al poder. Ambos-dos, a su manera, dibujan y defienden los espacios esenciales, ambos-dos, lápiz y azadón en distintas dimensiones se suman para multiplicar la existencia crítica que construye y llama vida.
Para Javier con J, labrar la tierra es sembrar mañana, es también proteger el bosque del aliento megaminero que envilece la tierra, una imposición grotesca del gobierno en nombre del progreso. Para Xavier con X, dibujar con humor es sembrar sonrisas en la piel del otro, es crear el universo libre e irreverente que resiste a la prepotencia y su arrogancia que atropella.
Xavier y Javier, además de compartir el mismo nombre con letras distintas, son víctimas de un poder que ha envilecido el convivir de los principios y el quehacer de las instituciones de la sociedad en la mitad de la tierra. La “justicia” que apresó y encarceló a Javier Ramírez, la que le mantuvo preso 10 largos meses por disposición de fiscales y jueces, la que sumó testigos oficiales, policías y funcionarios, llamados por obligación, no por principio. Los vecinos de su comunidad, cooptados por la promesa de un empleo en la megaminería a cambio de un silencio cínico. Los jueces y la jueza que lo condenaron a sabiendas de su inocencia y todos aquellos otros funcionarios y burócratas que siguieron el guión escrito por los Judas habitantes del poder. Aquel futbolista, antigua gloria de la Selección, que fue llevado como un TIN muñeco programado a promover la minería, en la ocupada Intag. Ese TIN que no sonó ni TON ante la prisión de Javier, el otro hermano pobre atropellado, un silencio compartido con las organizaciones afro que instrumentalizadas por el poder acolitaron, auparon y aplaudieron el juicio al lápiz de Bonil.
CORDICOM, SUPERCOM, esa corte inquisidora, servidumbre medieval que busca cuadricular la imaginación del lápiz y la letra, ha banalizado, como afirma el abogado defensor de Bonil, Lenin Hurtado, la lucha contra la discriminación racial en el país. Esa certeza de los hechos, negados por quienes al tin de una campana, acudieron prestas a ser comparsas, para desde la servidumbre del poder reivindicar “justicia” para el hermano de color, es una cruel ironía, que degrada la historia de lucha y canto de la negritud y su poesía.
El “hermano discriminado” el Asambleísta Agustín Delgado cuya ninguna preparación para ser legislador es evidente, debería devolver con una disculpa a la historia de su pueblo, a la memoria de Mardoqueo León, su puesto de asambleísta. Debería pasarlo a otro hermano, a un nosotros superior y digno que sea cimarrón y no servidumbre, que sea principio y voz sustantiva y recta. Porque como diría un viejo adagio montuvio, “es preferible tropezarse con los pies que con la boca, porque con la boca se demuestra la ignorancia”.
Si algo ha entristecido la historia última y ha entumecido el mañana es el envilecimiento que el poder ha hecho del ser, del ciudadano, de la comunidad y su histórico andar, de sus organizaciones y principios. Por ello la X y la J, de Bonilla y de Ramírez, su lápiz y azadón, son una impronta rebeldía en este tiempo verdebilis. Xavier y Javier nombre grato de la historia que rompe con su dignidad el silencio cementerio que la vileza del poder busca desde la “justicia” y los tribunales especiales, imponer en la mitad de la tierra como sinónimo de derechos y progreso, ciudadanía y felicidad…
No olvidemos que … “la muerte por silencio dura toda la vida”. (Antonio Preciado, El suicidio del que no dice nada)
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